Queridos amigos de la sangha en Bolivia,
Han sido tiempos muy difíciles, con angustias, pesares y sentimientos de todo tipo. He tratado de seguir los sucesos y no me he percatado que nadie en la sangha inmediata haya sufrido daños directos. Espero estar en lo correcto en eso.
Se que hay algunos que han seguido comunicándose y coordinando para hacer zazen a las 7:00 am y 10:00 pm todo este tiempo. Me impresiona eso. A pesar de la dificultad que ha habido para circular y para llegar al dojo, han habido iniciativas espontáneas para mantener la práctica conjunta. Practicar el zazen en la casa de uno está muy bien, pero hacerlo con la consciencia de que otros también mantienen la práctica en sus propias esferas le da otra dimensión más amplia. Sangha puede manifestarse de maneras inesperadas.
Estoy contento que algunos pudieron participar en el zazenkai el día 10 de noviembre. Seguramente otros estaban con otras actividades y compromisos ese día. Siempre hay muchas oportunidades para vivir y actuar de manera despierta, incluso en situaciones de crisis. Lo importante es el espíritu despierto, en el dojo y fuera de el.
Para el zazenkai se leyó un texto de mi maestra Enkyo Roshi. Quisiera compartirlo con toda la sangha — ojalá sirva como referencia. Durante todo este tiempo de tensiones y trastornos, yo he tenido presente esta enseñanza de mi maestra acerca del flor de loto en medio del fuego.
Con mis mejores deseos para toda la sangha y con confianza en el florecimiento del loto,
Gassho,
Shinryu Sensei
Roshi Pat Enkyo O’Hara
Lo más íntimo: Una aproximación Zen a los desafíos de la vida (2014)
Cap. 4 Vivir en el mundo de sufrimiento: La flor de loto en el fuego (extractos)
Cada día, cuando la letanía de sufrimiento en el mundo exige atención y ayuda, es fácil volverse agitado o amilanado o insensible. ¿Cómo podemos seguir dando importancia a lo que pasa con nuestras montañas y ríos, o a la gente afectada por las guerras seguidas y crueles en el Medio Oriente, o a lo que enfrenta una mujer en Afganistán, o lo que pasa en nuestra propia ciudad? ¿Cómo podemos seguir vulnerables y abiertos ante el mundo y no estar sobrecogidos? ¿Cómo podemos ser íntimos con la realidad del mundo y no dejar que nos aplaste, que nos agote, que nos provoque desesperanza y repliegue.
Buena pregunta. La respuesta me recuerda la imagen budista de la flor de loto que brota en medio de un fuego que arde a su alrededor. Más se acerca el fuego, más fragante se vuelve la flor y más bella y vibrante su color. El fuego representa el sufrimiento que está por todo lado, y la flor representa nuestra energía de cuidar las cosas, energía que, con nuestros esfuerzos, ayuda y consuela al mundo sufrido. La pregunta es ¿cómo puede florecer nuestro loto en medio de las desgracias? ¿Cómo podemos tratar la magnitud del sufrimiento que vemos en nuestra propia comunidad u otras partes del mundo? ¿Nos volvemos enfurecidos? ¿sobrecogidos? ¿insensibles? ¿O nos volvemos aún más despiertos, floreciendo como el loto?
Solamente dando un giro y constatando nuestra interconexíon con todos los seres podemos prescindir de la rabia, el odio y la violencia…
Finalmente debemos preguntarnos ¿qué es lo que nos impide asumir la responsabilidad y tomar acción?…
Los seguidores de las tradiciones contemplativas muchas veces caen en el error de decir: “Cuando esté iluminada, cuando esté tranquilo, cuando esté recompuesta, entonces voy a salvar al mundo, entonces estaré dispuesto a entrar en el fuego de la vida. Pero por ahora, debo retirarme y practicar la meditación”. Esperando estar iluminado, perdemos la vida misma, que está dentro y afuera de nosotros, que es nuestra interioridad y todo lo que nos rodea. Si esperamos y nos retiramos, el efecto es separar nuestro ser del todo, y así rehusamos de cuidar y asumir responsabilidad por la vida. Cuando nos despertamos al sufrimiento, debemos actuar.
Hace mucho tiempo atrás en China, un estudiante del Zen preguntó si alguno de los sabios haya caído en el infierno. Su maestro le respondió que ¡ellos son los primeros en entrar! El estudiante asombrado preguntó, “Pero si son iluminados, ¿por qué caerían en el infierno?” El maestro sonrió al estudiante y le dijo, “Si yo no caigo en el infierno, ¿cómo te puedo ayudar?” ¿Entiendes lo que hace el maestro aquí? El da la vuelta al problema del estudiante, diciendo que no es un problema de pureza, sino de ayudar y cuidar. Eso es lo importante. Está diciendo que te tienes que ensuciar las manos; tienes que ponerte a trabajar. Tal como eres, sin algún vestimenta especial o algún título o veinte años de práctica de la meditación. Tal como eres, puedes ayudar.
No importa si creemos que somos imperfectos; igual podemos empezar a trabajar. La vulnerabilidad y las heridas que tenemos pueden servir a otros, pueden darles valor y ofrecerles una entrada para encarar la tarea. Es algo misterioso. Cuando hacemos el esfuerzo para dar el paso, entramos en un campo de servicio y cuidado. Aunque puede parecer como el infierno, en realidad es el campo de los bodisattvas (seres que iluminan). Nos volvemos más conscientes de nuestras interconexiones, y compartimos eso con los demás a través de nuestras acciones. Al estar dispuestos a ensuciarnos en el infierno, nuestra vida cobra sentido. Hacemos lo que podemos como seres vivos que somos parte de todo el catástrofe.
Otro obstáculo para actuar en el mundo es el miedo de estar sobrecogido, de absorber tanto sufrimiento y dolor que nos volvemos paralizados, insensibles, desanimados o desesperados. ¿Cómo ocurre esto?
Depende de cómo asumimos el sufrimiento que encontramos. La mayoría de las tradiciones espirituales en el mundo nos aconsejan no dar la espalda al sufrimiento sino aproximarnos a ello. ¿Cómo podemos girarnos hacia el? Cuando pasamos alguien en la calle, digamos alguna persona en un estado de ebriedad, podemos sentir pena o piedad por la persona. Pero nos separamos del sufrimiento: “O, el pobre. ¿Qué problemas tendrá?” Una actitud piadosa no hace nada para la persona; es paternalista. Nos elevamos a nosotros mismos y miramos hacia abajo a la gente “miserable”. Con la piedad, en realidad nos replegamos en un sentimiento de superioridad. Dar una moneda con esa actitud piadosa solamente pone a otro ser humano en un estado inferior y crea un sentido de distancia y arrogancia en nosotros.
Por otra parte, cuando sentimos simpatía – y esto es más común en mucha gente bien intencionada – es como vincularse a la otra persona. En realidad eso es lo que significa la palabra: sim- viene de “juntarse” y -patía viene de “sufrir”. Compartir el dolor del otro; su dolor es nuestro. Pero cuando nos acomplamos a su sensación de estar adolorido, inadecuado, desesperado, triste, no podemos ayudarlo realmente porque estamos inmersos en esa sensación. Es una especie de contagio emocional. Nos hundimos también. Quizás no nos embriagamos, pero (como saben las personas que trabajan con adicciones) nos volvemos adictos también. Tenemos adicción a los síntomas si bien no a la droga misma, pero igual nos hundimos en la situación de simpatía. Esto nos lleva a estar sobrecogidos, a sentir que no se puede hacer nada. Cuando nos simpatizamos, caemos en la misma desesperación de los víctimas y sufridos, y abandonamos la lucha de servir, ayudar, producir cambios y aliviar el sufrimiento.
La piedad y la simpatía no son iguales a la compasión íntima, que implica un corazón y un espíritu abiertos a los problemas del mundo o a otro ser. La intimidad en este sentido surge cuando estamos presentes y vivimos lo que ocurre, sin piedad o simpatía o nuestra propia agenda. Estamos involucrados y preparados para actuar. En esta intimidad estamos dispuestos a acercarnos al problema pero sin perdernos en el. No perdemos nuestra iniciativa, nuestro ser único e individual. Somos parte del conjunto fabricado de muchas partes distintas, pero somos nuestra propia parte individual y activa. No perdemos la capacidad de discernir y tomar acción. Estamos cerca de y podemos percibir los sentimientos de la otra persona; podemos tomar en cuenta la destrucción que se presenta en la sociedad. Pero somos seres distintos y activos, y encontramos la forma para cuidar y servir a aquellos que son necesitados. Estamos conectados a través de la vida y al mismo tiempo suficientemente individualizados para comprender a otros.
Si nos hundimos en la mutualidad de la simpatía, no podemos funcionar. Si miramos desde la simpatía a esta sociedad tan poco civil en la cual vivimos, nos puede descorazonar al punto que no queremos hacer nada. Pero con la intimidad compasiva, podemos ser activos y podemos hacer una contribución. Hay dolor, pero el dolor no nos destroza. A pesar de sentir insuficiencia, nos levantamos cada mañana e intentamos hacer algo. A veces es algo grande en el mundo, como cambiar la vida de alguien, crear una ley, o tomar una acción colectiva. A veces es tan sencillo como responder con una sonrisa ante una cara triste, ofrecer una mano calurosa a alguien en su dolor, o reciclar un producto usado. A mi me han afectado muchas veces tales actos cuidadosos y compasivos. No sabemos cómo lo que hacemos puede afectar al conjunto. Cuando nos involucramos activamente en el mundo, la gente se da cuenta y presta atención. Entras en conversaciones y las cosas cambian de manera pequeña o quizás de una manera mayor.
Quizás han oído de la red de Indra. Es una antigua concepción del universo que se extiende infinitamente como una vasta red. En cada nudo de la red hay una joya brillante y parecida a un espejo que refleja todas las demás joyas. Ninguna joya puede existir sin las demás. Cada una siempre refleja las demás partes. ¿Puedes imaginarte como una de esas joyas?
Aunque cada uno de nosotros siente que es un “yo” separado, nos estamos limitados por el límite físico de nuestro piel. Nuestro mismo ser cambia y se transforma respondiendo a nuestros sentidos, nuestras experiencias, todo. Nuestro ser es una función del momento, de este momento preciso, y de todos los momentos anteriores, remontando a nuestros antepasados más antiguos cuya sangre corre en nuestras venas e incluso remontando a la creación de la tierra misma. Cuando tú lees o escuchas esto ahora, no eres solamente lo que tu puedes pensar o experimentar. También eres la interacción y la interrelación con todo lo que sucede alrededor de ti.
Tú eres la joya. Eres este momento y al mismo tiempo este momento es también toda la vida en el mundo. Haz una respiración profunda. ¿Qué es esta inhalación? Hay algo en este mundo excluido de ella? Se dice que inhalando, respiras el universo entero. Y exhalando, el universo entero respira. Tú y yo respiramos el universo, y el universo respira a nosotros. Es una conciencia íntima, no un pensamiento. Esto nos muestra cómo florece el loto en medio del sufrimiento que encontramos. Nos ayuda a ser despierta ante ese sufrimiento. Esta práctica, la práctica sencilla de la meditación que tenemos, nos ayudar a entrenar la mente para estar presentes y vivos. Nos enseña a ser íntimos con nosotros mismos y con nuestros seres queridos. Y nos ayuda a cambiar el ritmo de nuestro corazón y nuestra mente. Empezamos a estar despiertos y atentos a estas voces dentro de nosotros. Entonces giramos hacia aquellas personas a nuestro alrededor, cuyas voces percibimos también.
Baizhang fue un maestro Zen famoso por su dicho “Un día sin trabajo es un día sin comida”. Un día, uno de sus estudiantes preguntó, “Este ‘trabajo diario’ — ¿para quién trabajas?” Baizhang contestó que algo lo exige. El estudiante persistió: “¿Por qué ese algo no lo hace por sí mismo?” Baizhang dijo: “No tiene herramientas”.
El mundo entero no tiene herramientas; solamente los seres las tienen. ¿Para quién trabajas tú? Pregunto algo más: ¿Para qué vives? ¿Para qué estás aquí? ¿Qué es lo que da sentido a la vida para ti? Este es el punto. Baizhang dice que ese algo no tiene herramientas, y por tanto él tiene que hacer el trabajo para ello. Este mundo del cual somos parte no tiene herramientas aparte de nosotros. Somos las herramientas. Somos nosotros que hacemos la diferencia. Y en el proceso, estamos cambiados. Reconocemos nuestra intimidad con el mundo entero.